Balenciaga, Vuitton y más: el arte de invitar a un desfile

brokengalerie vía Instagram

De cassettes a piezas de archivo, cómo las fashion shows han convertido las invitaciones en símbolos de poder, deseo y memoria cultural.

Por Ramé Cabrera

En el universo de la moda, pocas cosas generan tanta expectativa como recibir una invitación a un desfile. No se trata solo de un pase para ocupar una silla en primera fila, sino de un gesto cargado de significado, que anuncia el tono de lo que vendrá en pasarela. Desde hace décadas, las casas de moda han transformado la invitación en un objeto codiciado: un anticipo del espectáculo, un guiño a la estética de la colección y, cada vez más, un objeto de coleccionismo.

En la temporada Spring-Summer 2026, una vez más el debate se reaviva gracias a Balenciaga, que sorprendió a sus invitados enviando un cassette de música como invitación. El gesto, inesperado y retro, se convirtió en conversación instantánea en redes sociales, demostrando que estos objetos no son detalles menores, sino parte esencial de la estrategia de marketing.

Pero ¿cómo hemos llegado a este punto? Para entenderlo, hay que repasar los momentos más emblemáticos que han marcado la historia de las invitaciones de moda.

En los primeros desfiles de la alta costura parisina, a mediados del siglo XX, las invitaciones eran simples: tarjetas impresas con tipografía elegante, enviadas por correo a clientas fieles. No había intención de sorprender, sino de comunicar con sobriedad la cita. Con la expansión del prêt-à-porter y la globalización de la moda, la invitación se convirtió en un terreno fértil para la creatividad.

Uno de los grandes hitos ocurrió con Alexander McQueen en los años 90, quien enviaba objetos enigmáticos: llaves oxidadas, espejos rotos o máscaras que anticipaban la teatralidad de sus pasarelas. Chanel, por su parte, ha entregado invitaciones que funcionan como un resumen material de su universo: desde pequeños frascos de perfume hasta piezas de plexiglás con el logo grabado.

Más recientemente, marcas como Jacquemus han jugado con la experiencia sensorial: sobres con aroma, tarjetas en papel texturizado o incluso invitaciones digitales acompañadas de kits físicos, creando un doble impacto.

Fendi

Balenciaga y el cassette de 2025

Este septiembre, Balenciaga capturó la conversación con un gesto cargado de nostalgia: un cassette negro, con tipografía minimalista, como pase de entrada a su desfile SS26. La idea funciona en varios niveles. Por un lado, recupera un objeto que pertenece a la memoria colectiva, apelando a la estética de lo retro. Por otro, refuerza el discurso de la marca: un juego entre lo pop, lo subversivo y lo inesperado.

Los invitados compartieron el cassette en Instagram, TikTok y X, convirtiéndolo en tendencia incluso antes de que la pasarela comenzara. Una invitación que, en principio, parecía un detalle, se transformó en una campaña global de marketing gratuito. Esa es la magia de estos objetos: condensan en un gesto el poder narrativo de una casa de moda.

Marketing, deseo y exclusividad

En un mundo saturado de estímulos digitales, las invitaciones físicas representan un lujo. Son objetos tangibles en un entorno cada vez más efímero, y eso las vuelve más valiosas.

Desde el punto de vista del marketing, cumplen tres funciones clave:

  1. Construir expectativa: la invitación es el primer capítulo de la narrativa de la colección.
  2. Generar conversación: al ser compartidas en redes sociales, multiplican el alcance de la marca.
  3. Reforzar exclusividad: pocas personas las reciben, lo que aumenta el deseo.

No se trata únicamente de sentar al invitado en su asiento, sino de recordarle (y mostrarle al mundo) que forma parte de un círculo privilegiado.

Lo fascinante de estas invitaciones es que, con el paso del tiempo, muchas dejan de ser simples objetos de cortesía y se convierten en piezas de colección.

  • En ferias de diseño gráfico como Paris Photo o Design Miami, se exhiben y venden invitaciones históricas de maisons francesas.
  • En plataformas como eBay, invitaciones de los desfiles de McQueen en los 90 o de Galliano en Dior alcanzan precios de cientos de dólares.
  • En 2019, un archivo de invitaciones de Yves Saint Laurent se subastó en Christie’s, demostrando que el mercado reconoce su valor patrimonial.

El fenómeno responde a la misma lógica que impulsa el coleccionismo de vinilos, pósters de cine o primeras ediciones de libros: lo efímero se vuelve eterno cuando simboliza un momento cultural irrepetible.

No solo los museos coleccionan estas piezas. Periodistas, editores, estilistas y compradores VIP guardan cajas con invitaciones de décadas de desfiles. Para muchos, son recuerdos emocionales: pequeños tesoros que narran su propia trayectoria en la moda.

De hecho, hay insiders que hoy capitalizan sus archivos, vendiéndolos en ferias o compartiéndolos en redes sociales como contenido nostálgico. Las cajas de invitaciones se convierten en una especie de diario íntimo de la industria, donde cada sobre guarda la memoria de un momento irrepetible.

Las invitaciones a desfiles condensan múltiples capas de significado: son herramientas de marketing, piezas de diseño gráfico, objetos de deseo y, en muchos casos, testimonios históricos de la moda. Lo que comienza como un sobre en la mesa de un invitado, puede terminar décadas después en una vitrina de museo o en una subasta internacional.

La temporada SS26 lo confirma: mientras Balenciaga genera conversación global con un cassette, otras marcas apuestan por la experimentación material, y los coleccionistas continúan ampliando archivos que algún día contarán la historia de nuestra era.

En un mundo en el que todo parece fugaz, estas invitaciones sobreviven como pequeños manifiestos impresos, recordándonos que la moda nunca se limita a la ropa: siempre se trata de la experiencia total.